En una recordada escena de Volver al futuro, Marty McFly intenta convencer al profesor Emmett Brown, el creador de la máquina del tiempo que lo ha llevado a 1955, que viene del futuro. “A ver, ¿quién es el presidente en 1985?”, pregunta el profesor. Ronald Reagan, le dice Marty, y el profesor replica: “¡Qué! ¿Ronald Reagan, el actor? ¿Y quién es el vice? ¿Jerry Lewis?”

La escena nos muestra lo disparatado que puede tornarse el futuro enfocado desde los parámetros del presente. Una reacción parecida a la del profesor Brown hubiera tenido cualquier tucumano que en 1965 se hubiera encontrado con un viajero del tiempo que le contara que, 30 años después, Palito Ortega estaría concluyendo su gobernación en la provincia.

Lo que en el siglo XX podía requerir 30 años para convertirse de inverosímil en realidad, hoy se ha acortado dramáticamente.

Ejemplos a nivel global hay muchos. En 2015 Volodomir Zelenski era un comediante ucraniano al que se le había ocurrido una idea para una serie: un profesor del secundario es grabado subrepticiamente con un celular mientras despotrica contra la corrupción del gobierno. El video se viraliza y se convierte en presidente. En la realidad, fue la serie la que se viralizó y convirtió en presidente al comediante que hoy libra la guerra más trágica del presente.

Los argentinos también vivimos un sorprendente proceso de aceleración histórica. ¿Qué hubiéramos dicho en 2020 si alguien hubiera pronosticado que tres años más tarde Javier Milei sería presidente? ¿El panelista de Intratables que grita en la tele? ¡Imposible!

Esa imposibilidad salió de las cabezas de quienes integraban la consultora Move, en la que trabajaba Santiago Caputo, convencidos de que el desgaste de la política argentina requería una oxigenación a través de un outsider. Un primer candidato fue Facundo Manes. Otro, Marcelo Tinelli. El tercero, Milei, aceptó encabezar el experimento.

El pasado nos condena

Si hay un período de tiempo en el que el futuro se oscurece en la Argentina es en el interregno de dos elecciones. Es ese el limbo que habitamos -y habitaremos- entre el 7 de septiembre de las elecciones bonaerenses y el 26 de octubre de las legislativas nacionales. Vivimos un presente con una densidad insoportable y con un corto plazo de extraordinaria impredictibilidad.

Pero no vivimos en una actualidad pura, desanclada, sino apresada por una historia poblada de equivocaciones que nos condicionan. “Si un observador extranjero analizara nuestras cifras macroeconómicas, sin saber a qué país pertenecen, diría que son muy buenas” sostiene el economista Daniel Artana. 4,6 puntos de crecimiento del PBI para 2025 según el Banco Mundial (segunda economía latinoamericana con mayor tasa). Uno de los pocos países del mundo con superávit. Relación deuda/producto manejable en un mundo endeudado. Cuando aparece el nombre de Argentina sobre las cifras, emerge el lastre reputacional que se traduce en dolarización preventiva, venta de bonos y acciones, y alza del riesgo país. El combo que fragiliza la economía.

Fantasma entre las pampas y Wall Street

Hay un esbozo de un futuro promisorio, configurado por las riquezas mineras e hidrocarburíferas que podrían sumarse a las condiciones para el desarrollo tecnológico y a la potencia agroexportadora. Ese porvenir, para concretarse y transfigurarse en dólares, requiere inversiones. Y estas, confianza en la estabilidad de las reglas de juego y en un panorama despejado de un regreso al pasado.

El fantasma de un viaje retrospectivo se encarna en un eventual triunfo electoral del kirchnerismo, significante en el imaginario inversor de un período de inmejorables términos de intercambio y de oportunidades desperdiciadas por un distribucionismo irresponsable y un atropello estatal a derechos de propiedad y libertades comerciales. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, a más de una década de sus estropicios como ministro de economía, no muestra una evolución notoria en su pensamiento que atenúe vaticinios de repetición histórica.

El fundado temor excede las décadas kirchneristas. La historia argentina contemporánea es un relato kafkiano. El de un país promisorio que en un momento determinado sufrió un alejamiento progresivo de un horizonte brillante. Nuestra tragedia es la de un futuro que se aleja a medida que nos esforzamos en alcanzarlo.

“Un tal Machado”

Javier Milei, en una entrevista con Luis Majul, dijo que José Luis Espert no tenía El DeLorean para viajar al futuro, en 2018, cuando conoció al hoy presunto narco que le ofreció un millón de dólares por un asesoramiento que no terminó. No hacía falta un DeLorean sino un poco de sentido común, como el de la campaña “Luchemos por la vida”. Nunca hay que subirse a un auto o a un avión con un Machado.

Y en 2025, Milei tampoco necesitaba un DeLorean para viajar al pasado y detectar los inconvenientes que podría generarle el principal candidato de una elección en la que se juega su gobernabilidad. Solo tenía que leer algunos diarios o darle un vistazo a una revista como Noticias que en 2019 ya anticipaba “quién es el hombre de negocios detrás de la campaña de Espert”. Un título de 2021 era más explícito: “Escándalo narcoliberal”. ¿No había nadie dentro del equipo de comunicación o de campaña que pudiera dejar de tuitear por unas horas y hacer una búsqueda en archivos de los medios?

Como Bartleby, el personaje de Melville, prefirieron no hacerlo. Y si todo no marchara de acuerdo al plan, siempre habría una opción: Karen Reichardt.

En la otra esquina, Jorge Taiana -cabeza de la lista k en la provincia de Buenos Aires- tampoco tuvo el DeLorean ni sensibilidad política cuando acudió a un vacunatorio vip en tiempos en que la pandemia arrasaba.

Reconfiguración de un horizonte

El Gobierno ha logrado quebrar la inercia negativa que dominaba la escena política y económica con el mensaje de apoyo de Scott Bessent, que Trump refrendará el martes durante la visita de Milei a la Casa Blanca. El secretario del Tesoro justificó este rescate sin precedentes como una intervención ejemplar en Latinoamérica a cambio del compromiso de bloquear la injerencia china. Faltan detalles de las condiciones. Serían un cambio activo en la compra de reservas, acuerdo político, impulso de reformas y eventuales privilegios al acceso de tierras raras y uranio.

Al anuncio del gobierno norteamericano se sumó el del CEO de OpenAI de inversiones potenciales por 25.000 millones de dólares en megacentros de datos en la Patagonia, aprovechando las condiciones climáticas, estímulos fiscales del RIGI y el compromiso desregulatorio de Milei.

Destino cíclico

Mientras se revela la materialidad de los anuncios, lo que ocurrirá el 26 de octubre y lo que viene a partir del 27 sigue siendo difuso. Pasamos de semanas en las que merodeamos el abismo a jornadas futuristas en las que imaginamos una Argentina convertida en un polo global de IA. El futuro es el conjunto de acontecimientos que conforman el mañana y también la proyección que podemos hacer de ellos en el presente. Un día somos deudores aterrados por la inminencia de una quiebra; y al siguiente, ganadores de la lotería. Cuando no logramos estructurar una idea medianamente consistente del porvenir, caminamos a ciegas, sin una meta concreta que ordene nuestros esfuerzos.

La Argentina, alguna vez, tuvo un futuro claro y luminoso. Coexisten diversas hipótesis sobre la ubicación histórica del momento en que nos desconectamos de ese futuro. Si tuviéramos el DeLorean, muchos propondrían fechas distintas para viajar y reparar esa coyuntura en que “se jodió la Argentina” pero hay un consenso sobre el hecho de que existió ese desacople. Otro consenso debería regir para la conveniencia de quebrar un destino cíclico, de una sucesión de cambios superficiales que esconden una repetición de fracasos, una progresiva involución.

Preguntas para un viajero

¿Cómo reaccionaríamos si nos visitara, como al profesor de Volver al futuro, un viajero del tiempo al que le preguntáramos quién es el presidente en 2030? Probablemente no nos asombraría mucho -algunos sufrirían, otros celebrarían- si el viajero nos dijera que es Milei, reelección mediante; o Kicillof, por un movimiento pendular posterior a un fracaso de gestión. O incluso, si el presidente fuera el resultado de una búsqueda del electorado de una opción moderada, asociada a la gestión: ¿un Llaryora, un Pullaro, un Frigerio?

La sorpresa, como la del profesor Brown, vendría si el nombre fuera el de un nuevo outsider, consecuencia de un electorado que siguiera repudiando a la “casta” y que considerara que Milei también se asimiló a ella. ¿Un empresario tecnofuturista como Marcos Galperin o Emiliano Kargieman, el nuevo socio de OpenAI? ¿Un influencer solidario como Santiago Maratea? ¿Un actor popular como Guillermo Francella o Ricardo Darín? Alguien podría plantear que estos nombres corresponden a outsiders de la política pero no de la vida pública, donde han tenido éxito en sus respectivos rubros.

Lo profundamente disruptivo sería que el presidente fuera una persona sin atributos, un producto de una fama repentina, un individuo cuyo nombre resultara hoy desconocido para una amplia mayoría. Un Clemente de carne y hueso, una burla final a la democracia.

2030 está muy lejos. Quedan dos semanas de presente continuo con un horizonte empañado. El 27 de octubre volverá el futuro próximo.